Psicoanálisis, epistemología y fronteras de la psicoterapia psicoanalítica

Artículo publicado en la Revista de la Asociación Española de Psicoterapia Psicoanalítica, nº 3, noviembre del 2000


1. Como todos saben, el psicoanálisis ha sido en su breve historia atacado varias veces bajo la acusación de no científico. Siguiendo el resumen efectuado por Marshall Edelson (1984 y 1988) debemos incluir en primer término las críticas a la vaguedad de sus términos teóricos y a su falta de procedimientos experimentales, realizada por Ernest Nagel (1960), y en segundo lugar hemos de mencionar la posición de Popper (1963) quien lo acusó de
incumplir su criterio de demarcación falsacionista. Ahora, aunque muchos no lo sepan, el psicoanálisis no ha necesitado defenderse de estas críticas. El desarrollo progresivo de la filosofía de la ciencia ya ha desmantelado tanto las exigencias del positivismo como las del falsacionismo. Este último caso es especialmente interesante debido a que ha sido Adolf Grünbaum (1984), actualmente el mayor crítico del psicoanálisis el que ha puesto en evidencia la inconsistencia de la posición popperiana.


2. Es justamente Grünbaum (1984) el autor que ha realizado el ataque epistemológico de mayor calado al psicoanálisis. Apoyado en las premisas del inductivismo y en su inmenso conocimiento de la obra de Freud lleva su argumentación con la intención de probar que:

a) La teoría de la represión como base de las neurosis es indemostrable y que por lo tanto también lo es la eficacia de las representaciones reprimidas para la génesis de las neurosis y,

b) que si las cosas fueran como lo pretende la teoría psicoanalítica, igualmente su método clínico sería incapaz de recoger los datos con suficiente fiabilidad a causa de la inevitable acción sugestiva, consciente o inconsciente, del analista sobre el paciente, y finalmente

c) Si se pudiese aislar la variable sugestión y neutralizarla, todavía faltaría realizar la verdadera tarea científica de prueba experimental, grupos de control, estudio epidemiológico, etc.

Las investigaciones de Grünbaum (1984) desencadenaron un fuerte debate en los Estados Unidos sobre el estatuto científico y metodológico de todas las denominadas “terapias evocativas”, entre las cuales se cuenta el psicoanálisis.

2.1 La crítica de Grünbaum es también pasible de las críticas justificadamente dirigidas al inductivismo y la defensa de la teoría freudiana ha sido ya suficientemente realizada por Marshall Edelson (1984 y 1988). Ambos autores, Grünbaum y Edelson sostuvieron un debate organizado por la American Psychoanalytical Association el 20-12-86. El segundo efectuó una calificada defensa del nivel científico del psicoanálisis y de la “single case research” sin menospreciar las aportaciones de las probabilidades y de la inferencia estadística, realizando asimismo una cuidadosa exposición de las teorías psicoanalíticas en términos de lo que se llama visión estructuralista o no-enunciativa de las teorías empíricas y una distinción precisa entre sus términos teóricos y no teóricos.

2.2 Posteriormente, Paul Robinson (1993), dedicaría un capítulo completo de su libro a demostrar que la crítica de Grünbaum fallaba por su base, y que su gambito de gama, el “Tally Argument” (principio de coincidencia) no era tan central en el edificio freudiano. Conviene aclarar que esta afirmación de Robinson también debe ser matizada, exigiendo primeramente una redefinición de lo que hemos de entender por realidad psíquica. Volveré sobre este punto en breve.

2.3 También hemos de hacer constar que los comentarios de Grünbaum se centran exclusivamente en Freud y que ignoran las diversas líneas en que el psicoanálisis se ha desarrollado después por obra de muchos autores que evidentemente desconoce.

3. Otro caso muy interesante, hablando de críticos del psicoanálisis es el de Imre Lakatos (1974) y sus “programas de investigación”, desarrollados para superar los defectos del falsacionismo popperiano. Los programas son normalmente varios dentro de la misma ciencia y sin que se pueda afirmar cuál es el mejor, o si es que lo hay. Según Lakatos un programa ha de cumplir dos condiciones para ser científico:

a) debe poseer suficiente coherencia interna como para permitir elaborar un plan de futura investigación y

b) debe efectuar algún descubrimiento de vez en cuando. Por ejemplo, Lakatos (1974) sostiene que el marxismo y el psicoanálisis cumplen la primera pero no la segunda condición, mientras que la sociología cumple la segunda pero no la primera.

3.1 Esta crítica de Lakatos coincide de hecho con la opinión de importantes psicoanalistas historiadores del psicoanálisis como por ejemplo Kurt Eissler (1969) y Paul Bercherie (1984).

Bercherie aplica la segunda condición de Lakatos al kleinismo, a la psicología del yo y muy especialmente al lacanismo, que giran continuamente en redondo explicándolo todo y excluyendo de su mirada los casos contrarios a sus hipótesis. En el caso del lacanismo esto se hace en mi opinión especialmente patente en su obstinación en mantener la teoría de las estructuras con su inconmensurabilidad recíproca.

4. Haciendo un poco de historia vemos que esta situación nació con el mismo psicoanálisis. En 1916, en la última de sus primeras Lecciones Introductorias, un Freud en plena forma, bien seguro de su método de investigación del inconsciente, y optimista sobre sus posibilidades terapéuticas ya se vio obligado a defenderse de la acusación de que su psicoanálisis, aunque lo negara no era sino una terapia sugestiva más.

Su planteamiento del problema hecho con la clarividencia que nos sigue maravillando ya desarrollaba las piezas tal como 60 años más tarde lo haría el ya mencionado Grünbaum (1984):

a) si el psicoanálisis apela a la influencia sugestiva del analista sobre el paciente, aunque lo denomine aprovechamiento de la transferencia positiva no es sino otro método sugestivo.

b) si se trata de una terapia sugestiva todas sus hipótesis sobre el inconsciente, el Edipo y la castración no son válidas dado que están “epistémicamente contaminadas” lo que significa que si son verdaderas no se puede saber que lo son.

4.1 Es bien conocida la réplica freudiana. Consta también de dos respuestas:

a) el psicoanálisis cura porque las interpretaciones del analista se corresponden (coinciden) con la realidad psíquica del paciente y sólo cuando lo hacen. Las interpretaciones equivocadas no tienen efectos y se desvanecen a lo largo del tratamiento.

b) El psicoanálisis tiene garantes: los esquizofrénicos y los paranoicos no son nada influenciables, con ellos no hay sugestión terapéutica que valga y sin embargo “la traducción de sus fantasías y símbolos, cuando acceden a la consciencia coinciden de manera fiel con los resultados de la investigación sobre los procesos mentales de los neuróticos de transferencia”.

4.2 Freud no desconoce la participación de la sugestión, la ubica dentro de la transferencia y le otorga un papel relevante como autoridad del analista para la superación de las resistencias. El paciente es un subordinado del analista, quien le obliga a reconocer que su ignorancia es interesada pero el analista a su vez es un subordinado del inconsciente desplegado en la transferencia y árbitro final del acierto de sus interpretaciones.

5. Cambiemos ahora no de escenario pero si de época. Nuevamente Freud, 1933 en la 34ª de las Nuevas Lecciones. Ya ha doblado el Cabo de Hornos de la compulsión a la repetición, de la RTN, es decir de la pulsión de muerte. Ahora el psicoanálisis es sólo un método terapéutico entre otros y existen graves limitaciones para su aplicación:

a) el factor constitucional, escollo contra el que se estrellan las ambiciones terapéuticas

b) en el caso de los niños su entorno familiar, contexto sin embargo inherente a la condición de ser niño.

c) en los adultos la rigidez psíquica, factor desdeñado a veces pero de enorme importancia. Por grande que sea la plasticidad mental no todo puede ser revivido en la transferencia. Algunos procesos conflictivos a los que claramente se podría sugerir alternativas parecen incapaces de abandonar sus ya viejos pero conocidos caminos y demasiado a menudo tenemos la impresión que el psicoanálisis no tiene la fuerza necesaria para producir el cambio. Existen fuerzas pulsionales contra las cuales parece no haber nada que hacer. Freud dirige sus esperanzas a la endocrinología: “Nuestro conocimiento de las hormonas tal vez nos provea de los medios para incidir en los factores cuantitativos de la enfermedad”.

5.1 Tomemos nota de que a las limitaciones del análisis, a Freud sólo se le ocurren soluciones para las biológicas, el factor constitucional y la rigidez de la libido. Esto es natural si recordamos su formación y su aspiración científico-naturalista. No podía prever el gran futuro que esperaba al psicoanálisis de niños, en especial gracias a la obra de Melanie Klein. Tampoco podía prever las terapias familiares. Aunque de su pluma se destilaran descripciones de sistemas familiares que nada tienen que envidiar a los actuales terapeutas de familia (tanto psicoanalistas como sistémicos) mucho menos podía dar el salto mental de considerar paciente ya no al “identificado” sino a la familia entera.

Por lo que corresponde a la inercia psíquica, la viscosidad de la libido, Freud se encuentra prisionero de la necesidad de protegerse de la acusación de sugestión, de la sugestión considerada mala, manipuladora, la que sólo es autoridad sobre el paciente, tal como la hipnosis a la que había superado, la que prohibía los síntomas1. Para que su psicoanálisis fuera una ciencia natural necesitaba un objeto “objetivo”, una realidad psíquica que aunque tramada de representaciones de cosa, huellas de antiguas inscripciones de impulsos siempre actuales a fuerza de no poder configurarse como recuerdos, fuera de todos modos realidad antes que nada, exterior al y distinta del observador.

6. En 1910, en el Congreso de Núremberg cuando se fundó la Asociación Psicoanalítica Internacional sus objetivos fueron definidos como “el estudio y la promoción de la ciencia psicoanalítica fundada por Freud, tanto en su cualidad de psicología pura como en su aplicación a la medicina y a las ciencias del espíritu, asimismo como el apoyo mutuo de los asociados en cuanto a la adquisición y difusión de los conocimientos psicoanalíticos. Esta definición no tardó mucho en ser muy matizada. En su síntesis, Tizón (1995) clasifica en seis apartados las diversas definiciones de psicoanálisis que se han dado en su historia. Son las siguientes:

6.1 El psicoanálisis es una rama de la ciencia natural. Sus conocimientos son tan científicos como los de cualquier ciencia, sólo que es muy joven, está en su primer siglo de existencia. Autores destacados de esta postura son Rappaport (1967) y entre nosotros Coderch (1984). Esta posición se levanta firme tanto ante las críticas externas como ante las redefiniciones del psicoanálisis surgidas en su interior. Esta posición responde al ideal de ciencia natural y era la de Freud mismo. De hecho actualmente es la más difícil de sostener, ya que la disociación entre el sujeto investigador y el objeto a investigar es casi nula y aunque sea tentador comparar la transferencia con el acelerador de partículas las diferencias siguen siendo enormes. Una alternativa consiste en definir el objeto como la misma pareja analítica, una psicología bipersonal o tripartita a la manera de Rickman o de Bion.

6.2 El psicoanálisis es una ciencia pero diferente de las naturales dado que su objeto lo constituye el ser humano y sus motivaciones por eso posee metodologías especiales, como son la empatía, la comprensión, la búsqueda de significados, la intuición, etc. Sus conocimientos son científicos pero adquiridos por medios especiales. Claro está que para algunos epistemólogos de la línea dura, como Bunge o Nagel esto lo excluye de toda pretensión científica. Algunos analistas sin embargo han hecho de esto una virtud, al postular al psicoanálisis como una nueva ciencia, o una ciencia superior y superadora de las otras. Ejemplos de esto son Bleger y Lacan, o filósofos como Althusser.

Esta posición resulta atractiva para muchos analistas. El psicoanálisis sería una ciencia mejor, más sutil, tanto como lo es la mente humana, que es muchos más compleja que los sistemas físicos o químicos.

6.3 Derivada de la anterior. Como las motivaciones del comportamiento humano dependen de los significados que les son atribuidos en contextos relacionales, tanto externos como internos el psicoanálisis queda contextuado en una semiología relacional general de la conducta humana. Para algunos estos conocimientos semánticos tienen un valor científico equivalente al de las ciencias naturales y para otros las disciplinas semánticas en general no necesitan llegar a tener el nivel explicativo propio de éstas. Estos últimos llegan a afirmar que:

6.4 El psicoanálisis es “otra cosa” que ni es ni necesita ser una ciencia (especialmente si la ciencia es esa cosa positivista, inductivista y puramente experimental que se pretende que sea). Esta otra cosa puede ser una hermenéutica (Gil, M.M., 1976) (Schaffer, R., 1976), (Steele, R.S., 1979) que tal vez sea científica pero que no le hace ninguna falta.

Esta posición es seguramente mayoritaria y tiene gran encanto para los psicoanalistas. Equivale a afirmar que nosotros disponemos de un mundo mucho más rico y tan pleno de emociones contradictorias que ni es ni se puede ser sometido a las restricciones explicativas y verificativas típicas de las ciencias naturales. El microclima emocional de los fenómenos transferenciales nos provee ya de las evidencias y convicciones que verifican o no nuestras hipótesis clínicas y para nada necesitamos epistemologías ni epidemiologías ni comprobaciones independientes.

Posicionarnos aquí tiene muchas ventajas. En primer lugar porque es cierto que las tramuntanas transferenciales tienen leyes propias, que el estado emocional propio del analista que hace su trabajo, lo llamemos “at-one-ment with O” o “semblant de l’objet petit a” es tan especial, tan etéreo, tan… budista que no parece que necesite posteriores fundamentaciones.

Ahora, también es cierto que aquí radica la trampa. Porque razonando de esta manera estamos haciendo lo mismo que cualquier inductivista que cree que acumulando ejemplos y casos a favor hace irrebatible su argumento. Quiero decir que por mucha convicción clínica, y justamente a causa de tener tanta, pienso que nos hemos de arreglar para fundamentar epistemológicamente nuestros procedimientos para generar y verificar hipótesis.

6.5 El psicoanálisis es una técnica psicoterapéutica que desarrolló su teoría debido al atraso teórico en que se hallaba la psicología clínica y a medida que ésta se vaya poniendo al día se acabará integrando en ella. La corriente integradora en psicoterapia, liderada por Wachtel (1977,1993) y otros, se posicionaría aquí.

6.6 Finalmente, y conectada con la anterior, el psicoanálisis es una tecnología del ámbito de lo psicológico, integrable dentro de la psicología clínica pero con programas de investigación propios. Esta es la posición del mismo Tizón (1995).

Como puede verse hay de todo. En un extremo todos los argumentos críticos proferidos en nombre de epistemologías de hecho ya pasadas pero aún vigentes en el mundo académico y del otro las diversas pretensiones de hacer del psicoanálisis algo diferente o incluso mejor que una ciencia.

Bleger (1970) ya decía en los 70 lo que algunos como Tizón (1995) dicen ahora, que el psicoanálisis no tenía necesidad de someterse a criterios ya superados que identifican ciencia con experimento. Hacían falta herramientas que de hecho aparecieron ya bien entrado este siglo. Nuevas definiciones de lo que debía entenderse por teoría empírica, estadios deductivos del proceso científico, etc.

Los problemas de la controversia pueden clasificarse, a mi entender en dos grandes capítulos de hecho inseparables: verdad y psicogénesis, de cuya intersección se deriva un tercero, el análisis como terapia y sus relaciones con otras terapias.

7. Verdad. También podría llamarse “realidad psíquica” y cómo acceder a ella o saber cuándo se ha accedido, es decir qué clase de substancia es y que postularemos como elemento mínimo de su construcción, si postulamos alguno. El descubrimiento de la verdad ha sido siempre la estrategia terapéutica del psicoanálisis y en eso el psicoanálisis es tan científico como cualquier ciencia basándose en esto también su ética ya que pone el ideal científico como criterio de salud. Llevada al terreno clínico esto se ha traducido en la alternativa Verdad histórica vs. Verdad narrativa (Spence, D. 1982). La pregunta es si debemos aceptar como lo hacía Freud en sus comienzos que existe una realidad psíquica ya hecha, unas representaciones de cosa ya inscritas, deformadas posteriormente para satisfacer las necesidades del proceso defensivo o si más vale no aspirar a tanto y en lugar de buscar una verdad histórica inscrita en el mármol de la experiencia contentarnos con verdades narrativas, de las que consolaban al Freud del final, construcciones que dando sentido pacifican o resuelven el conflicto de otra manera diferente del síntoma, sin pretender que sean materialmente verdaderas.

Esta discusión se ha manifestado de diversos modos en la historia del psicoanálisis, que hasta pueden un tanto frívolamente clasificarse por países, al menos hasta donde llegan datos. Iniciada por Freud fue recogida sobretodo en los Estados Unidos. En Francia, en especial dentro del lacanismo, casi no tiene lugar: aunque “inyectar sentido” sea considerado un error, la verdad narrativa (definida como “el significante que da cuenta”) gana por inexistencia de alternativa: la verdad material es un mito porque al final de todas las interpretaciones nos espera lo real de la muerte y de la imposible relación sexual. Conversamente, la obra de Melanie Klein no tiene este problema pero por razones directamente opuestas a las de Lacan, lo que ha constituido una fuente de críticas recíprocas. Para el kleinismo la realidad psíquica es, la verdad histórica más primaria y pre-verbal del conflicto temprano se expresa en la transferencia con toda su textura de emociones inconscientes (los “hidden feelings”) y cualquier sospecha de sugestión o inyección de sentido por parte del psicoanalista es sencillamente un error contransferencial que denota falta de análisis didáctico. La fantasía es la pieza mínima de los andamios mentales. Primeramente son procioceptivas, después son restringidas, traducidas y al mismo tiempo organizadas en representaciones visuales y finalmente llega la palabra. La teoría del inconsciente kleiniano es la opuesta a la del inconsciente lacaniano, lo que se puede intuir con facilidad si pensamos que en clave kleiniana la psicogénesis se desarrolla de adentro hacia afuera y en cambio en clave lacaniana va de fuera hacia adentro. El bebé kleiniano es un organismo biológico suficientemente organizado, provisto de un alto grado de equifinalidad que progresivamente llegará a hablar, por su parte el cachorro humano lacaniano no es nada en sí mismo, nace en un mundo de lenguaje y todo lo que llegue a ser dependerá de las posibilidades que ya estaban previstas para él en las coordenadas simbólicas de este mundo.

Más o menos entre Klein y Lacan encontramos a los teóricos de las relaciones objetales (Balint, Winnicott, Fairbairn y Guntrip), cuyas teorías al ser más ambientalistas que las de Klein dan mucho más lugar al juego de las lecturas interpretativas de diversa textura semántica, aún así recibiendo la crítica por momentos injusta de Lacan.

Esta grosera clasificación puede recibir críticas de todos los frentes a causa de su simplicidad. Sólo pretendo expresar lo que todos aquí ya sabemos que el universo de las teorías psicoanalíticas es mucho más rico y tiene muchos colores, más biologista, más hermenéutico, más histérico, más obsesivo, más psicótico, más cognitivo, más narcisista, etc. Esto depende del paciente predilecto de cada vertiente teórica, tal como las clasifica tan ingeniosamente Paul Bercherie (1984).

Además esta diversidad no sólo es divertida, heurísticamente fértil y enriquecedora para el psicoanalista con espíritu de innovación, sino que también es parte del problema del que muchos se quejan sin encontrar la puerta de salida. Me refiero a la claustrofobia dogmática, la falta de conocimiento de los puntos de vista de los otros, la ignorancia disfrazada de menosprecio, etc.

Como lo escribió Wallerstein (1965) el psicoanálisis que se jacta de no tener objetivos terapéuticos, a fuerza de no ambicionar nada termina aspirando a todo. Esto es evidente en el brillante y al mismo tiempo erudito libro de Sandler y Dreher (1996), del que en una breve síntesis extraemos que:

El inicial hacer consciente lo inconsciente derivó enseguida en la substitución geográfica del ello por el yo y la recuperación de la energía libidinal encallada en el síntoma. Los primeros postfreudianos se propusieron la pacificación, suavización e incluso la disolución del superyó. Los segundos postfreudianos, el desarrollo de las funciones sintéticas del yo, la flexibilización de sus defensas, la desaparición de la omnipotencia del pensamiento y el agregado de nuevas soluciones a los antiguos conflictos acompañadas del siempre anhelado cambio en la posición del yo ante el superyó. Los adaptacionistas americanos nos dejaron perlas tales como las de considerar una elevada función yoica la elección entre una respuesta aloplástica o autoplástica, mientras la racionalidad debía incluir la capacidad de sufrir. La normalidad llegó a ser definida como la ausencia de miedo y la reducción de ansiedades paranoides y depresivas acompañó la reparación del objeto interno dañado. Llegaron las síntesis entre los cambios intrapsíquicos y comportamentales, como el desarrollo de la capacidad de placer sexual conjugada con la de autorrealización. Los teóricos de las relaciones de objeto propusieron un nuevo comienzo para el amor y la dependencia madura, dentro de una apertura hacia el otro con mínima dependencia infantil y mejor protegidos ante el retorno del odio del objeto libidinal introyectado. Mantenerse vivo, bien y despierto, recuperando espacios lúdicos infantiles al servicio de la creatividad. Valorar la capacidad de ensoñación, aceptando que las defensas y los rasgos de carácter son distintas maneras de salvar traumáticas detenciones en una evolución personal. Asumir autoreconciliadamente las determinaciones simbólicas renunciando a ilusiones de completud imaginaria, desarrollo de la capacidad autoanalítica del paciente, etc.

En fin, podríamos continuar aderezando esta ensalada pero ya no viene al caso. El interés de esta lista es demostrar que por objetivos los analista no nos hemos quedado cortos. Tal vez sea en cuanto a medios que nos hemos mostrado más pudibundos y ahora nos vemos desbordados por tanta oferta de método terapéutico diferente pero detrás siempre de objetivos similares a los nuestros: menos dolor con más autonomía y mayor riqueza de soluciones al conflicto con menos dependencia de la estereotipada solución sintomática.

El mundo natural de psicoanálisis fue y continúa siendo la psicología clínica, es decir la investigación de la mente al servicio de tratar sus padecimientos. En el interior de este mundo el psicoanálisis ocupa un lugar de dos caras. Con una de ellas y con Freud en primer lugar mira hacia los grandes psicólogos naturales, como Sófocles, Shakespeare, Cervantes, Dostoievski o Nietzsche y con la otra se inclina a la práctica rigurosa pero íntima de la consulta.

De hecho el psicoanálisis es la fuente de donde surge la psicología clínica en este siglo. Anteriormente casi no existía y casi todos sus desarrollos posteriores nacen en su estela, aprovechando su corriente o cobrando fuerzas al oponérsele. Freud quiso poner ciencia en un campo que se regía por la intuición, la empatía y la sugestión. Como de hecho lo consiguió ha pasado lo que debía pasar, el florecimiento heurístico y la diversificación en muchas corrientes terapéuticas.

El cognitivismo, que también pretende que la curación pasa por que el paciente se acerque al concepto de verdad científica no deja de reconocer su deuda con Freud (Erdelyi, M.H. 1987).

Cuando las terapias sistémicas desarrollan la teoría de la “caja negra” lo hacen con la intención de superar la inercia monádica del psicoanálisis, tendencia ya mencionada por analistas como Bion o Bercherie y finalmente también acaban reconociendo su inspiración psicoanalítica como lo hizo hace poco Mara Selvini-Pallazzolli en Montjuich en el Congreso Internacional de Terapias de Familia.

Adherianos, jungianos, bioenergéticos, gestálticos, reichianos, programadores neurolingüísticos, integradores wachtelianos, todos beben agradecidamente del psicoanálisis. Milton Erickson con su innovadora hipnosis y Bateson con su ecología de la mente, todos coinciden en un punto capital psicoanalítico: en la creativa pequeñez de la consciencia, en la función necesaria del inconsciente dinámico.

Ya no fuera sino dentro, el psicoanálisis ha generado el polifacético campo de las terapias breves y focales. Autores como Luborsky, Malan, Davanloo, Fiorini y Sifneos entre otros han progresado en la línea que abrieron Ferenczi y Balint.

Es en este punto en el que necesitamos herramientas metateóricas provenientes de la filosofía de la ciencia, que afortunadamente ha dado un gran salto en las últimas décadas con nuevas concepciones sobre lo que entender por teoría empírica (Moulines, C.U., 1982). Las necesitamos no sólo para cuestionar la cientificidad del psicoanálisis sino para mejorar como terapeutas, puliendo nuestros instrumentos en una actualización del setting analítico y con el objetivo de aprender de una verdadera comparación, hecha con medios adecuados, con nuestros vecinos en el campo tan extenso de los métodos psicoterapéuticos.

BIBLIOGRAFIA

Bercherie, P. (1984). L’Oculaire quadriphocal, en Ornicar, 30.
Bleger, J. (1970). La praxis psicoanalítica, Revista Uruguaya de Psicoanálisis.
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Nota

1. Freud tal vez no hubiese encontrado nada criticable en la hipnosis ericksoniana como método terapéutico. En todo caso hubiese echado en falta que el inconsciente de Milton Erickson no fuera tan pulsional como el suyo.

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