El estereotipo del genio a menudo nos lo presenta como un personaje en el filo de la locura, el único habitante de un universo propio del que se alimenta su obra. Es el Van Gogh que se corta una oreja, el Beethoven maníaco, el Nietzsche delirante o el anónimo vagabundo que carga con un grueso fajo de papeles, cientos de cuartillas garabateadas con caligrafía diminuta donde guarda, según
él, la demostración metafísica del significado de la vida o una obra enciclopédica que contemple toda la complejidad de la existencia humana. Tal vez sea de esa caricatura del profesor chiflado tan acientífica de lo que los herederos de Carl Gustav Jung quisieron huir manteniendo inédito, escondido en la cámara acorazada de un banco de Zurich, el manuscrito de “El libro rojo”, la obra a partir de la cual el médico y psiquiatra suizo fundamentó los principios de su psicología analítica y de la interpretación de los sueños.
él, la demostración metafísica del significado de la vida o una obra enciclopédica que contemple toda la complejidad de la existencia humana. Tal vez sea de esa caricatura del profesor chiflado tan acientífica de lo que los herederos de Carl Gustav Jung quisieron huir manteniendo inédito, escondido en la cámara acorazada de un banco de Zurich, el manuscrito de “El libro rojo”, la obra a partir de la cual el médico y psiquiatra suizo fundamentó los principios de su psicología analítica y de la interpretación de los sueños.
Hasta hoy. Casi cincuenta años después de la muerte de Jung, el profesor Sonu Shamdasani ha conseguido (con)vencer la férrea resistencia de la telaraña de familiares y acceder al manuscrito, que ha sido publicado en una lujosa edición facsímil con más de mil anotaciones y una amplia introducción. El libro es, en esencia, el descenso de Jung hacia lo más insondable de su propia psique, un largo y tortuoso diario alucinado profusamente ilustrado y escrito en caligrafía gótica durante dieciséis años.
Hacia 1914, Jung, primero discípulo y después rival de Freud, comenzó a atravesar episodios esquizofrénicos y a padecer alucinaciones. Convencido de que el inconsciente de cada individuo contiene la herencia psíquica de toda la evolución humana y que sólo comprendiendo plenamente ese fardo ancestral que lo condiciona el hombre será capaz de trascender sus límites y encontrar su lugar en el mundo, Jung se dispuso a confrontarse con su inconsciente, a dejar hablar libremente a su mente sin las barreras de la conciencia –incluso se inducía la alucinaciones, o lo que él denominada “imaginaciones activas”– y a anotar todo lo que ésta le sugería.
Aunque jamás lo publicó en vida y no dejó instrucciones a sus herederos sobre qué hacer con él, el propio Jung afirmaba que “El libro rojo” constituía la materia prima de lo que serían sus grandes aportaciones a la psicología: la teoría del inconsciente colectivo –la presencia en cada individuo de toda la historia de la especie humana–, y el paradigma de los arquetipos, las manifestaciones en forma de personajes en cuentos, mitos y en la simbología de esa experiencia común de toda la humanidad que nos conectan con nuestro pasado y determinan nuestro futuro, pues establecen las coordenadas de nuestra cosmovisión.
Accesible por fin para el público general, “El libro rojo” está a la altura de la leyenda. Es la obra de una mente delirante (y delirando) pero también la de un erudito, un pastiche perfecto e inabarcable de mitologías, religiones y tradiciones de todas las civilizaciones, viejas y nuevas, un gran viaje iniciático y existencial, sólo que en lugar de hacia un lugar metafísico, como “La divina comedia” de Dante, o hacia un lugar mítico, como “La Ilíada”, el autor y protagonista viaja a un lugar psíquico, su propio inconsciente. En las escasas doscientas páginas manuscritas, Jung describe cómo recibe la visita de dos personajes: Elías, un anciano, y Salomé, una mujer joven –cabe apuntar que Jung introdujo el concepto, universalmente aceptado hoy, que todas las personalidades tienen un componente masculino y uno femenino–, quienes, acompañados de una serpiente negra gigante, lo guiarán a la manera de Virgilio por una largo periplo repleto de visiones místicas y experiencias esotéricas, incluidas visitas al mundo de los muertos, el incesto o la antropofagia.
Explorando su inconsciente durante años, Jung encontró imágenes que, según aseguraba, no procedían de su experiencia vital, de manera que sólo podían haber surgido de las profundidades de una suerte de manantial de sabiduría compartido por toda la humanidad, y que en su mente y en el libro, como ocurre en todas la civilizaciones, se fue materializando en forma de relatos. Así, “El libro rojo” incluye, entre otras, referencias y personajes de la mitología vikinga, las deidades egipcias, la Grecia clásica, el Antiguo y Nuevo Testamento, el Zaratustra de Nietzsche, la astrología, el surrealismo de Giacometti o la alquimia.
Custodiado como un tesoro y ocultado como un oscuro secreto familiar, la publicación del diario de los viajes a las profundidades de la psique de Jung supone un valioso documento para conocer de dónde brotaron los fundamentos de la psicología analítica. Un acontecimiento no sólo para la legión de junguianos que todavía pervive, sino también para los acólitos de la cultura new age y las filosofías alternativas, seguidores de un genio tal vez loco que, con la ayuda de su inconsciente, transformó el psicoanálisis de terapia para curar enfermedades a método para alcanzar la realización de la personalidad. Como sugiere Slavoj Zizek, lacaniano acérrimo y por tanto amigo también de las interpretaciones simbólicas, “disfruten de sus síntomas”.
Fuente: El Libro Rojo de Jung
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