Luis Fernando Campos Vargas**
INTRODUCCIÓN
Es llamativo que en determinados escenarios el Universo nos juegue ciertas bromas. Una de ellas, fascinante y aún abierta a la investigación, es la causalidad circular.
La causalidad unidireccional, que el positivismo y el racionalismo cartesiano nos han enseñado a reverenciar por siglos, pareciera quedarse maniatada frente a los fenómenos
relacionados con la causalidad circular. Fenómenos que, casi con despecho, algunos científicos han tenido que aceptar, dadas las innumerables pruebas y experimentaciones que los avalan. Otros científicos les temen, porque los obligan a situarse fuera de la circunscripción del paradigma positivista y mecanicista al que están acostumbrados.
relacionados con la causalidad circular. Fenómenos que, casi con despecho, algunos científicos han tenido que aceptar, dadas las innumerables pruebas y experimentaciones que los avalan. Otros científicos les temen, porque los obligan a situarse fuera de la circunscripción del paradigma positivista y mecanicista al que están acostumbrados.
La psiquiatría, como ciencia novel, y, sobretodo, como la más compleja de las áreas de la medicina, aún tiene por resolver interrogantes acerca de lo inconsciente, lo volitivo, lo afectivo…¿ qué decir de lo parapsicológico o lo metafísico? Por eso algunos puristas (acaso férreos positivistas) desean limitarla al estudio de los fenómenos conductuales observables. Posición que no compartimos, porque el fenómeno psíquico abarca mucho más que la simple conducta observable.
En este orden de ideas, la teoría sistémica y el psicoanálisis (en especial, la psicología analítica jungiana) permiten ir más allá: tratan de desentrañar muchos fenómenos que no son obervables, que no acceden de manera directa a la sensopercepción y la conciencia del observador. Así, las fantasías y los sueños de un paciente, los contenidos simbólicos de su pensamiento no verbalizado, el discurrir del proceso primario de su psiquismo, los roles que inconscientemente ha asumido dentro de su sistema familiar o social, los mandatos transgeneracionales, etcétera, que no son siempre medibles ni siempre accesibles como conducta perceptible, pueden igual ser estudiados, de manera indirecta, por el investigador. Por ejemplo, a través del análisis de los sueños se puede llegar a conflictos inconscientes, o en una sesión de terapia de familia se puede hacer visible un patrón de conducta que corresponde a una lealtad secreta.
¿CÓMO PODEMOS COMPRENDER LA SINCRONICIDAD?
Un aspecto interesante, dentro del acontecer psíquico, lo constituye un fenómeno que Jung y Pauli estudiaron con fascinación: la sincronicidad. Sincronicidad (del griego συν-, unión, y χρόνος, tiempo) fue el término elegido por Jung para aludir a la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal.
Téngase en cuenta que el trabajo de Carl Gustav Jung se desarrolla en una época tremendamente positivista, en la que la ciencia misma estaba doblegada al reduccionismo, la primacía del método inductivo y las premisas baconianas de la investigación. Una época en la que el positivismo permeaba (y, en ocasiones, mutilaba o limitaba) la producción intelectual (de hecho, el propio Sigmund Freud fue víctima de este sesgo positivista y sus originales ideas, para poder ser “aceptadas” por los círculos científicos dominantes de su época, tuvieron que ser teñidas de mecanicismo, determinismo y causalidad lineal). Por ello, es realmente loable que Jung se haya lanzado de cabeza hacia unas aguas que muchos científicos despreciaban o evitaban (justamente por su incapacidad de comprenderlas).
Jung entendió el concepto de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar. Concepto que el mismo Jung diferencia del de sincronismo, que constituye la mera simultaneidad de dos sucesos.
Ahora, el concepto de sincronicidad no es un hallazgo particularmente novedoso. La verdad es que la humanidad ha estado en contacto con la sincronicidad y la causalidad circular desde hace siglo. Encontramos algunos esbozos en el Tao: “Hay una cosa confusamente formada / anterior al Cielo y a la Tierra /¡Silenciosa, ilimitada!/ De nada depende y no sufre mudanza / gira y retorna sin descanso / puede ser tenida por madre del mundo / Su nombre desconozco / la denominan Tao. La filosofía y la teología orientales, en especial el budismo y el taoísmo, tienen abundantes referencias a esa Totalidad cósmica que hace que muchos fenómenos aparentemente inconexos confluyan, coincidan y tengan correlación de significado. Y es bien conocida la inclinación de Jung al estudio de esta ancestral sabiduría oriental.
La sincronicidad también puede rastrearse en la cultura china Shang, que fue una de las más importantes de la antigüedad, duró más que el Imperio británico y se basaba fundamentalmente en la adivinación del futuro sobre conchas de tortuga. El método chino de adivinación llamado "I Ching" se basa, igualmente, en postulados de sincronicidad, y prácticamente cualquier método adivinatorio (el tarot, las runas…herramientas que también conocía Jung en profundidad) cumple la misma premisa: la interpretación del todo a través de los hechos particulares, la capacidad de captar la esencia (la totalidad del Universo) de un momento.
El Tao, el hinduismo y el budismo hacen referencia a la correspondencia de las cosas: el Universo entero funciona como totalidad, y nada le es ajeno. Creemos que somos Ego (Yo) individuales, pero la individualidad es una ilusión. Todos somos extensiones de un único y supremo Atman…del cual intentamos separarnos artificialmente para creer que somos realidades distintas. Retomando antiquísimas lecciones de espiritualismo oriental, Jung concluyó que nuestros Egos (Yoes) individuales son como islas en el mar…unidas realmente (por las aguas y por un piso en común: la materia de la Tierra), aunque en apariencia desconectadas; estamos acostumbrados a ver las demás cosas (personas, objetos, fenómenos) como entes individuales y separados, pero no vemos que estamos conectados.
También algunos místicos herederos de la tradición helenística hablan de la simpatía entre las cosas: una especie de correspondencia especular entre los fenómenos. Filón de Alejandría ya menciona que el hombre es una especie de microcosmos, una que contiene la esencia de todo el cosmos. Teofrasto nos habla de lo suprasensorial y lo sensorial unidos por la divinidad (concepto que será retomado, siglos después, por Pico della Mirandolla). El neoplatónico Plotino, que había señalado el concepto de almas individuales procedentes de una única Alma Universal, resuena en Agustín de Hipona, que consideraba asimismo al alma humana como un ente sustancialmente muy similar (“imagen y semejanza”) de esa alma universal que él veía en Dios.
Leibniz, una de las grandes mentes de la Edad Moderna, en su monadología (trabajo al que tampoco fue indiferente Carl Jung), también entendía a cada alma humana como integrante de un alma superior, un “alma maestra”. Finalmente, pensaba Leibniz, dentro de su concepto de armonía preestablecida, hay una correspondencia entre las mónadas que constituyen la esencia humana y que constituyen el cosmos, de tal manera que todos los sucesos y fenómenos psíquicos y físicos están interrelacionados.
Interesado como estaba en la astrología y la astronomía, Jung también tuvo acceso a algunas reflexiones de Kepler, quien, retomando a Aristóteles, consideraba a la Tierra sujeta a fuerzas universales (“el mundo está unido al cielo, y sus fuerzas gobernadas desde arriba”). No deja de resultar sorprendente que un gran mecanicista como Newton también insistiera en esa correspondencia entre los elementos del cosmos. Newton buscaba, de hecho, esa armonía entre los cuerpos celestes (de todos los tamaños) que hacía del Universo una especie de mecanismo perfecto. Para mayor regocijo de los científicos que no estamos adscritos al positivismo reduccionista, determinista y mecanicista, el físico inglés hizo también interesantes incursiones en el mundo de la Alquimia.
Jung contó además con una experiencia personal, en el marco de su trabajo clínico, que le permitió abrir aún más los ojos: “Una joven paciente soñó, en un momento decisivo de su tratamiento, que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras ella me contaba el sueño yo estaba sentado de espaldas a la ventana cerrada. De repente, oí detrás de mí un ruido como si algo golpeara suavemente la ventana. Me di media vuelta y vi fuera un insecto volador que chocaba contra la ventana. Abrí la ventana y lo cacé al vuelo. Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que pueda darse en nuestras latitudes, a saber, un escarabeido (crisomélido), la Cetonia aurata, la cetonia común, que al parecer, en contra de sus costumbres habituales, se vio en la necesidad de entrar en una habitación oscura precisamente en ese momento. Tengo que decir que no me había ocurrido nada semejante ni antes ni después de aquello, y que el sueño de aquella paciente sigue siendo un caso único en mi experiencia”.
Pero no fue la única vivencia que Jung experimentó, en carne propia, de la sincronicidad de los fenómenos. Él mismo, en un permanente trabajo de autoexploración y autoanálisis, llegó a encontrarse con que muchas circunstancias de su vida estaban relacionadas con la Humanidad misma. Así, tuvo una temporada en la que reiteradamente veía a Europa central inundándose en una marea sanguinolenta, y, pocos meses después, empezó la peor carnicería que el mundo habría de conocer: la Primera Guerra Mundial, llamada también la Gran Guerra, en la que Europa se desangró.
Intrigado, el Wolfgang Pauli (físico, químico, matemático, pero, ante todo, un investigador de tiempo completo) se unió a Jung en su exploración de las sincronicidades y las causalidades circulares. Así, poco a poco se van añadiendo ideas al concepto: la sincronicidad consistiría también en equivalencias causales; cada sincronicidad (particular) no es más que una de las innumerables instancias de la sincronicidad general. El Universo mismo es sincronicidad.
Pauli y Jung encontraron que las “situaciones arquetípicas” (la muerte, la adolescencia, la crisis de la edad mediana) tienen una especial correlación con otros hechos aparejados (otras sincronicidades particulares) que tienden a surgir durante esas situaciones arquetípicas. Como si una cosa llamara a la otra.
La experiencia personal de Jung (y de varios de sus pacientes) con los sueños anticipatorios llamó la atención de Pauli. El físico, a su vez, fue encontrando que, matemáticamente, también existían ciertas particularidades que podían explicarse con la sincronicidad. Como si la naturaleza misma del Universo (tal como lo habían creído Pitágoras y Cicerón) llevara en su seno esta peculiaridad de conectar eventos y fenómenos.
Jung y Pauli concluyeron que “la clásica imagen física del mundo está sostenida en cuatro principios ordenadores: energía, continuo espacio-tiempo, conexión constante por efecto (causalidad) y conexión inconstante por contingencia, equivalencia o significado (sincronicidad)”.
Vamos a ir desglosando esta aseveración. La energía, ya lo sabemos desde hace casi tres siglos, no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y el aporte trascendental de Albert Einstein apunta hacia el continuo materia-energía: la materia se puede transformar en energía, la energía puede transformarse en materia. Como todo en el Cosmos, se trata de un continuo dinámico, no estático ni predeterminado. Es una realidad que fluye.
Del continuo espacio-tiempo queremos señalar la ventana abierta por Einstein (contemporáneo de Jung y Pauli) y Hawking (un científico que, por fortuna, vive aún, y que continúa abriéndonos los ojos a nuevas realidades): la posibilidad matemática de que coexistan varias realidades (varios mundos, varias dimensiones); todos los hechos, todos los fenómenos, están relacionados. Y esa relación, esa conexión, es la causalidad circular de la que también nos habla Heinz von Foerster en sus trabajos de cibernética, no se limita solamente a contingencias particulares, sino que es una cualidad del Universo. Retomando un debate que ha intrigado también a algunos filósofos, como Agustín de Hipona y Emanuel Kant, uno ya no puede hablar de un Tiempo lineal, en el que la cadena pasado-presente-futuro sea un hecho inamovible. El tiempo lineal es ilusorio, no existe: es una categoría que hemos creado los seres humanos para la aprehensión del mundo. Nos facilita la vida creer que existe un “antes” y un “después”, pero la verdad es que el Tiempo, como el Universo, es infinito.
Podríamos hablar de la Eternidad como la situación real del Universo. O del Infinito de los tiempos, pues no hay “un tiempo” lineal. El Universo es eterno, y en la medida en que se expande y se contrae, esto es, en la medida en que se crea y se destruye –big bang y big crunch- surgen nuevas “Eras”, que en realidad son una misma, pues el Universo es atemporal, eterno e infinito.
La naturaleza (el Universo) no sólo es un flujo de conexiones relaciones, no sólo brinda la convergencia de múltiples causalidades, no sólo se retroalimenta (un fenómeno A influye en un fenómeno B, el fenómeno B a su vez influye en un fenómeno C, y el fenómeno C, a su vez, influye también en el fenómeno A, y en el fenómeno B), sino que tiene la posibilidad de reeditar e incluso repetir diversos fenómenos: puede que, en eones, estas mismas líneas que estamos escribiendo ahora las estemos escribiendo nuevamente, o las hayamos escrito ya. Puede que, mientras las estemos escribiendo, en otras dimensiones y mundos paralelos otros (¿nosotros mismos?) las estén escribiendo también. Este, otro fenómeno de sincronicidad, no es sino un fenómeno particular dentro de la infinidad de sincronicidades que se presentan en este Universo eterno e infinito: otro sería el de encontrar al mismo lector de este artículo miles de años antes o después (el antes y el después, ya lo hemos dicho, son invención humana: el Tiempo y el Espacio son una totalidad eterna, no creada, pues siempre ha estado y estará ahí), haciendo lo mismo.
Teilhard de Chardin, teólogo y naturalista (uno de los pocos sacerdotes católicos francamente evolucionista al inicio del siglo XX), con su concepto de la “pre-vida” de la materia inanimada, contacta otra idea de Jung, la del pre-saber. Los fenómenos de la sincronicidad apelan a un proceso anticipatorio y a una relativización del espacio y del tiempo como si espacio y tiempo se pudiesen “contraer, estirar o anular”. En otras palabras, nuestra mente se hace permeable a realidades que circulan en otro segmento o alineación en comparación a lo que llamamos comúnmente realidad.
Causa y efecto no son sino (como el tiempo lineal) formas en las que el ser humano simplificó su percepción de los fenómenos del Universo. Uno no puede quedarse con que A causa B y punto. Porque B también influye en A. Porque C también puede causar B. Porque D y E influyen en A, porque D y F también influyen en B. Las causalidades son circulares. El Universo es relación.
La conexión constante por efecto es la causalidad lineal, mecanicista (“A causa B”); la conexión inconstante por contingencia, equivalencia o significado es la sincronicidad de Jung y Pauli, la causalidad circular de von Foerster y el Atman o concepto de Dios al que algunos pensadores y teólogos han llegado.
A quienes gozan con la Historia podrá parecerles interesante este relato verídico: el 28 de julio de 1900, el rey Humberto 1 de Italia cenaba en un restaurante de Monza, donde debía presenciar un concurso de atletismo al día siguiente. Con gran sorpresa observó que el propietario del establecimiento era idéntico a él. Entabló conversación con él, y fue descubriendo que existían entre ellos otras semejanzas. El dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto 1 fue coronado rey de Italia. El rey quedó fascinado e invitó a su doble a que asistiera al concurso de atletismo con él. Pero al día siguiente, ya en el estadio, el ayudante del rey le informó que el dueño del restaurante había muerto aquella mañana después de que le hubieran disparado misteriosamente. Y mientras el rey expresaba su pesar, un anarquista llamado Gaetano Bresci disparó contra él y le mató.
Otro ejemplo, también histórico, nos lo ofrecen dos célebres figuras políticas de los Estados Unidos: Abraham Lincoln y John Kennedy. Ambos presidentes fueron elegidos como presidentes en la década de los 60 (Lincoln, 1860´s; Kennedy, 1960’s), ambos presidentes fueron elegidos para Cámara de Representantes de los Estados Unidos en el 46 (Lincoln, 1846; Kennedy, 1946), los asesinos de ambos habían nacido en el 39 (John Wilkes Booth, 1839; Lee Harvey Oswald, 1939), ambos fueron sucedidos en la Presidencia por sureños demócratas apellidados Johnson y nacidos en el 08; ambos presidentes fueron afectados por los problemas de los negros norteamericanos y declararon públicamente su punto de vista sobre el asunto en el 63 (Lincoln firmó la Proclamación de Emancipación en 1862, que se convirtió en ley en 1863; en 1963, Kennedy presentó sus informes al Congreso sobre los Derechos Civiles y, el mismo año, tuvo lugar la famosa Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad), a ambos presidentes les dispararon en la cabeza y en presencia de sus esposas, un viernes. A Lincoln le dispararon en el Teatro Ford. A Kennedy le dispararon estando en un auto Lincoln, un modelo de limusina de la compañía Ford. Booth disparó a Lincoln en un teatro y se escondió en un almacén, mientras que Oswald disparó a Kennedy desde un almacén y se escondió en un teatro. Ambos asesinos, Oswald y Booth, fueron asesinados antes de ir a juicio.
EL FUNDAMENTO MATEMÁTICO DE LA SINCRONICIDAD
El Universo es un abanico de sincronicidades, un escenario de causalidades circulares. Todo en él se encuentra comunicado (a veces de formas apenas perceptibles, difíciles de aprehender, pero no por ello inexistentes). Otros autores como Xavier Dariex, Charles Robert Richet y Camille Flammarion abordaron el problema mediante el cálculo de probabilidades (dicho sea de paso, las vidas de Newton y Leibniz nos ofrecen otro bonito caso de sincronicidad: ambos científicos, independientemente, desconociendo cada uno el trabajo del otro, inventaron el cálculo infinitesimal…lo triste es que, desconocedores de la interesante sincronicidad, se enfrascaron en una dura polémica con respecto a la autoría, en la que Newton afirmó estar satisfecho “después de haberle roto el corazón a Leibniz” tras ser declarado por la Real Sociedad de las Ciencias –asociación científica a la que pertenecían muchos de sus amigos- el autor “original”).
Como nosotros mismos hemos señalado en otros escritos, la sincronicidad engloba sucesos que están (están/estarán/estuvieron, teniendo en cuenta el continuo espacio-tiempo anteriormente discutido) conectados con otros sucesos que llevan a determinado producto, aparentemente inexplicable para el razonamiento humano “clásico” o mecanicista. Uno de nosotros ha explicado la sincronicidad mediante las probabilidades múltiples. Esta teoría se basa en que cada segundo o fracción de este acontece un hecho. Digamos, por ejemplo que este hecho tenga una probabilidad de suceder una vez cada 10.000 (por ejemplo la caída de un lápiz). Podríamos sorprendernos de que este hecho ha sucedido 10 veces en esta semana (hay una probabilidad de una en cien mil de que esto suceda), sin embargo, podemos observar que en un día hay 24 horas, y en cada hora 60 minutos, y en cada minuto hay sesenta segundos, podemos observar notoriamente que hay 42.600 segundos en un día, es decir, si escribo todo un día es apenas normal que se me caiga. Es decir, cada segundo se corre una probabilidad y entre más segundos pasen sin que esto suceda, más probabilidades hay de que esto suceda el segundo siguiente.
También puede explicarse matemáticamente la sincronicidad con el concepto de probabilidad relativa. La probabilidad relativa está basada en la teoría de causa y efecto (la causa provoca el hecho y el hecho su efecto, que a su vez da una causa). La probabilidad relativa se evidencia cuando se provoca un hecho muy probable y se desencadena un efecto igual de probable que la causa o el hecho. Y, a propósito de la tan trillada ley de atracción, cuando se hace algo poco probable esto traerá un efecto muy probable. Si por ejemplo lanzo una moneda y esta cae en cara, la siguiente vez que la lance habrá un 25% de probabilidades de que caiga cara, y si la vuelvo a lanzar hay un 12,5% de probabilidades de que caiga en cara. ¿Por qué? Porque 50/100 es igual a 1/2. Siempre habrá posibilidad de 50% la primera vez, pero 50/100 se divide por 50/100 que es igual a 25/100 y si divido 25/100 por 25/100 es igual a 12,5/100. Esta ley, que puede llamarse magnitud de probabilidad directamente inversa, muestra que si aumento el número de tiros disminuyo el número de posibilidades de que se salga el producto esperado.
También está el concepto de probabilidad imperativa, que uno de nosotros llamó la inflexibilidad del tiempo en una comunicación anterior. La inflexibilidad del tiempo es compatible con la idea de que el tiempo lineal no existe y que es relativo. Podemos decir que cada día que pasa es uno más de vida, pero también podemos decir que es uno menos, o que si estamos escribiendo esto, o usted leyéndolo, estamos en presente por un instante, pero inmediatamente después, transcurrido apenas un milisegundo, ya no será presente, sino pasado…pero este pasado podría ser futuro para alguien del pasado. Y pueden estar leyendo, simultáneamente, ese alguien del presente, ese alguien del pasado y ese alguien del futuro, sin que ninguno sospeche la existencia de los otros. Podríamos decir que el Tiempo es algo que sucede, sucedió y sucederá El Universo es eterno, increado (no se requiere un Dios externo para el vaivén de expansión-contracción que presenta, infinitamente, oscilando entre el big bang y el big crunch…esto no niega la existencia de Dios, pues Dios es inherente al mundo, es el mismo Atman del Universo; sólo se tumba la metáfora del Dios externo creador del mundo), infinito-finito, se forma y se transforma a sí mismo…por eso el Tiempo es relativo, contingente y determinado por las vicisitudes del Universo. La sincronicidad sucede cada segundo, sino que a veces es más o menos contundente que otras veces. Sincronicidad no es que yo soñé y que pasó únicamente, sino también que yo no soñé y pasó.
La sincronicidad es Atman, espíritu del mundo (“spiritus mundi” jungiano), causalidad circular, interrelación, conexión entre todos los fenómenos y seres del Universo. Todos los eventos están relacionados, a veces de manera muy significativa, aunque en apariencia sean distintos. Nunca estamos separados del Todo.
SINCRONICIDAD Y PSIQUE
Pero la causalidad circular/sincronicidad no se restringe a la física o las matemáticas (como tampoco a la filosofía o la teología). Se puede también elaborar una psicología sobre ella. Jung define sincronicidad también como coincidencia significativa de dos o más sucesos en la que está implicada algo más que la probabilidad aleatoria. Lo que distingue una sincronicidad de sucesos sincrónicos normales es la existencia de un significado subjetivo común que inevitablemente interpreta el sujeto que la experimenta. Se trata entonces también de una teoría psicológica, puesto que también se centra en una experiencia subjetiva que engloba alineamientos supuestamente "exteriores" de sucesos. Durante su vida, como ya se mencionó, Jung vivió diversas sincronicidades (como todos los seres humanos, sólo que algunos ni se percatan). Las sincronicidades suelen suceder con mayor profusión en periodos de transformación: nacimientos, muertes, enamoramiento, psicoterapia, obra creadora intensa, cambio de profesión... En palabras de David Peat, "es como si esta reestructuración interna produjese resonancias externas o como si una explosión de energía mental se propagase hacia afuera en el mundo físico".
En el experimento Grinberg-Zylberbaum, publicado en 1987, los científicos utilizaron un electroencefalógrafo para medir las ondas cerebrales de parejas que meditaban juntas. Descubrieron que algunas parejas mostraban una fuerte correlación entre sus patrones de ondas cerebrales, lo que sugería un estrecho vínculo o relación mental. Estas personas podían identificar, cuando se percibían en comunicación directa con la otra, información que era confirmada por las máquinas que medían sus ondas cerebrales. A estas parejas estrechamente vinculadas se les pidió que meditaran juntas, una al lado de la otra, durante veinte minutos. Después, una de ellas se trasladaba a otra habitación, cerrada y aislada. Una vez ubicadas, cada una en una habitación distinta, se les pidió que intentaran establecer comunicación directa con la otra. La persona que había sido trasladada era estimulada en su habitación con brillantes destellos de luz, que causaban en sus ondas cerebrales pequeños picos llamados potenciales provocados. Pero lo fascinante de este experimento es que la persona que no estaba expuesta a la luz, también mostraba pequeños picos en sus ondas cerebrales que correspondían a los potenciales provocados de la que estaba expuesta a los destellos. Así pues, estas dos personas estaban conectadas en un nivel profundo por medio de la meditación, y esa conexión provocaba reacciones físicas mensurables en ambas, incluso en la que no estaba expuesta al estímulo luminoso. Lo que le ocurría a una le sucedía a la otra, automáticamente y en forma instantánea. Estos resultados no pueden explicarse si no es a través de la correlación no circunscrita que ocurre en el ámbito virtual, el nivel del espíritu que conecta, organiza y sincroniza todo. Este campo ilimitado de inteligencia o conciencia está en todos lados; se manifiesta en todas las cosas. Sin embargo, no es necesario entrar en un laboratorio para ver a esta inteligencia no circunscrita en acción. Las pruebas están por todos lados, en los animales, en la naturaleza e, incluso, en nuestro cuerpo.
Jung también enlazó el concepto de sincronicidad con el de Inconsciente Colectivo (otra idea suya, original y audaz, que sigue causando revuelo entre psiquiatras y filósofos de la mente). Entre más profundizamos en nuestro inconsciente personal, nos acercamos cada vez más a nuestra esencia: el inconsciente colectivo. Por eso, en esos estados particulares de conciencia (recordemos el estudio anterior), somos más permeables a las comunicaciones de los otros. Acaso éste sea el sustrato de la telepatía y algunos tipos de actividad paranormal.
A continuación mencionaremos un experimento muy interesante que ilustra la sincronicidad a nivel molecular. El experimento fue llevado a cabo por el Ejército estadounidense. Se recogió una muestra de leucocitos de un número de donantes. Estas muestras se colocaron en una habitación equipada con un equipo de medición de los cambios eléctricos. En este experimento el donante era colocado en una habitación y sometido a "estímulos emocionales" consistentes en vídeo clips que generaban emociones en el donante. El ADN era colocado en un lugar diferente al del donante, pero en el mismo edificio. Ambos donante y su ADN eran monitoreados y cuando el donante mostraba sus altos y bajos emocionales (medidos en ondas eléctricas) el ADN expresó respuestas idénticas y al mismo tiempo. No hubo lapso y tiempo retraso de transmisión. Los altos y bajos del ADN coincidieron exactamente con los altos y bajos del donante. Se pretendía saber cuan lejos podían separar al donante de su ADN y continuar observando ese efecto, y se detuvieron las pruebas al llegar a una separación de 80 Kilómetros entre el ADN y su donante, teniendo el mismo resultado. Sin lapso y sin retraso de transmisión. El ADN y el donante tuvieron las mismas respuestas al mismo tiempo. Gregg Braden dice que esto significa que las células vivas se reconocen por una forma de energía no reconocida con anterioridad. Esta energía no se ve afectada ni por la distancia ni por el tiempo. Esta no es una forma de energía localizada, es una energía que existe en todas partes y todo el tiempo. Tenemos aquí interesantes ecos de la teoría de los campos mórfogénicos de Sheldrake. Es prácticamente evidente que un campo sincrónico une al individuo con su ADN, sin importar la distancia.
Tenemos, pues, un Universo en que todo causa todo lo demás. Somos Todo y Uno, parte del Todo y el Todo mismo, sincronicidad, spiritus mundi que fluye. Artificialmente producimos la separación de las contingencias de la Naturaleza y buscamos patrones individuales, para facilitar nuestra actividad epistemológica y facilitar nuestra propia existencia, pero la verdad es que todo es relación. El punto común de la teoría de la sincronicidad y el pre-saber, la pre-vida de Chardin, los preceptos de religiones ancestrales (budismo, hinduismo, taoísmo) con la teoría de los campos mórficos o la del orden implicado es la disolución del paradigma del representacionismo materialista: así, según esta visión, la materia no representa una realidad fundamental sino que es la manifestación de algo que está más allá del terreno material. Así pueden explicarse las sincronicidades como coincidencias que suceden en un nivel "explicado" (maya, el tejido del que está hecho la realidad para el hinduismo, y la pared de la caverna de Platón), mientras que el nivel real es el nivel "implicado”. O como dice Deepak Chopra, que también trata el tema de la sincronicidad, "en este segundo nivel de existencia, la silla en la que estás sentado no es otra cosa que energía e información".
Se ha propuesto un nivel de existencia llamado hiperespacio octodimensional de Minkowsky. En esta dimensión, concebida matemáticamente, la distancia entre dos sucesos, sin importar cuán distantes puedan parecer en el espacio y el tiempo, siempre es igual a cero. A su vez, esto sugiere una dimensión de existencia en la que todos somos inseparablemente uno. La separación puede ser sólo una ilusión. Es desde esta perspectiva de unidad ineludible del Todo como se puede entender la existencia de la sincronicidad (y las múltiples sincronicidades particulares y contingentes). Todo está conectado, el Todo contiene las partes, pero también es más que la mera suma de las partes.
APLICACIONES EN PSICOTERAPIA
Mente y cuerpo son lo mismo. Externo e interno también. Nada está separado o aislado en el Universo. Y el conocimiento del Inconsciente Personal (el descrito por Freud) y, con él, la profundización en el Inconsciente Colectivo (descrito por Jung), nos permite el acceso a ese Todo. De ahí que la psicoterapia, la actividad creativa, la intuición, e incluso el conocimiento alquímico nos sirvan de puente hacia ese mundo arquetípico y milenario. Las sincronicidades son importantes en la vida de una persona. Si se alcanza su significado, se puede percibir el camino que se debe tomar, la decisión que corresponde adoptar. Evidentemente, esto nunca sucederá mientras la mente las perciba como simples casualidades. La forma de ver el mundo condiciona el mundo en el que vivimos (fin del paradigma representacionista). Si el lector, desde ahora, decide dar un significado a las coincidencias que vives, no solo empieza a percibir más, sino que es capaz de aprovecharlas a su favor, es decir, apropiarse de la sabiduría ancestral, intuitiva, del pre-saber y el mundo arquetípico de Jung.
De esto surge otra reflexión: la psicoterapia (ese autoconocimiento, esa profundización en nuestros Inconscientes Personal y Colectivo) debe conducirnos a la integración, pero no sólo a nivel intrapsíquico. Debe permitirnos la re-integración con el Cosmos, con la Naturaleza, con los otros seres. Es decir, la psicoterapia debe conducir a la trascendencia. También la trascendencia es transformación.
En su quehacer, el psicólogo, el psiquiatra y el terapeuta deben entender que los cambios transformadores, con base en lo dicho anteriormente, surgen del individuo en tanto que componente del Todo; la integración no sólo abarca facetas del individuo (el paciente, cliente o analizado) sino también del mundo y de la psique de los otros. Aquí tiene pleno valor la propuesta de la terapia sistémica: no basta curar a la persona, también debe intervenirse en su contexto.
Al igual que las imágenes oníricas, los Arquetipos nos muestran aspectos de nuestra vida que no identificamos de manera consciente. Por eso los sueños, los mitos, la psicoterapia, el pensamiento cibernético, la alquimia, incluso herramientas como el I Ching o el Tarot, nos revelan en lenguaje simbólico qué debemos conocer de nosotros. Los símbolos establecen un puente entre la mente consciente y la mente inconsciente. Pueden ayudarnos a canalizar energía psíquica, ver significados recónditos en nuestras vidas, conectarnos a los otros y al Cosmos.
No podemos negar nuestra sombra, nuestra parte más primitiva y difícil (el Ello), pero sí podemos integrarla a nuestro self. En nosotros mismos, en la medida en que logremos este proceso de integración, trascendencia y transformación que es la psicoterapia, está la potencialidad para desarrollarnos y autorrealizarnos. Y está en cada uno de nosotros en tanto que cada uno de nosotros es parte de ese Todo universal.
La división entre las partes es ilusoria, así como todos los objetos están interconectados, buena parte de nuestra labor como terapeutas estriba en que el paciente logre integrar sus propios objetos (por ejemplo, sus imagos parentales); se trata, como señalan Klein y Bion, de pasar de los objetos parciales, escindidos (una visión inmadura de los mismos) a los objetos totales (uno de los logros de la madurez: reconocer que no hay personas absolutamente buenas o gratificantes, ni personas absolutamente malas o frustrantes, sino que todas las personas, todos los seres del Universo, tienen características mixtas, gratifican y frustran).
Nuestro propio pensamiento, como terapeutas, debe estar libre de sesgos y parcializaciones. Nuestro pensamiento debe ser complejo, relacional, cibernético: debe tener en cuenta contactos, redes, principios conectores. Buena parte de la labor del psicoterapeuta es la de entender el sistema de relaciones del paciente, que no es sino un tejido dentro de ese gran tejido que es el Universo.
COLOFÓN
La sincronicidad aún aguarda más trabajos, más investigaciones. Este artículo es sólo una invitación a todos ustedes, lectores presentes/pasados/futuros. La vida es devenir, el Universo es infinito y continuo, y esto que llamamos vida (la vida de cada uno de nosotros), es una parte de ese continuo. Las nociones de tiempo lineal, de pasado, de presente o futuro, así como las nociones de arriba o abajo son convenciones y nada más. No hay ni izquierda ni derecha. Un recuerdo, una precognición o un sueño anticipatorio quizás no sea más que la consecuencia de un hecho ya vivido, un eco.
Para despedirnos, mencionaremos un último ejemplo de sincronicidad; le ocurrió nada menos que a Wolfgang Pauli, el colaborador de Jung en sus estudios. Pauli vivía obsesionado con la constante de la estructura fina: 1/137. Esta constante es uno de los grandes misterios de la ciencia que todavía no ha sido resuelto. En una ocasión, Pauli fue ingresado en un hospital, y cuando le dijeron que su habitación era la 137, inmediatamente dijo "no saldré de aquí". Efectivamente, murió poco después.
*Médico y Cirujano, Pontificia Universidad Javeriana
Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana
Diplomado en Neuropsicología, Universidad de Valparaíso
Diplomado en Neuropsiquiatría, Universidad Católica de Chile
Jefe Nacional de Residentes de Psiquiatría, 2009-2010
**Estudiante 6º grado, Colegio S
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