Entrevista con Pablo Picasso

El fantasma imaginario del que fue chico de playa malagueño, el genial Pablo Ruíz Picasso, charla sobre las mujeres de su vida y las musas que inspiraron su trabajo.

Por: Thea Delavault

El brillo familiar de su cabeza calva rodeada de mechones blancos reluce bajo el sol y la mirada punzante del rostro ligeramente maniaco, casi socarrón, de Pablo Picasso se clava en mí. Mantiene un aura de impaciencia a pesar de pertenecer al reino de los que ya no viven. Sonríe como si me estuviera desafiando.


P. ¿Dónde y cuándo nació?

R. ¿Tus conocimientos de historia del arte dejan mucho que desear, no? Nací en Málaga, a finales del siglo XIX. Suena rancio, pero no hace tanto tiempo que fallecí. Da la sensación de que fue ayer mismo cuando estaba pintando en mi estudio de Montmartre. Cuando vuelvo la vista atrás, aún puedo ver los rostros de mis mujeres, sus tristes rostros. No me gustaban las mujeres que reían; me atraían más las sombrías.

P. ¿Se definiría a sí mismo como un artista andaluz?

R. Mi amiga y musa, Gertrude Stein, me dijo una vez algo bastante gracioso: “En el siglo XIX sólo se pintaba en Francia y sólo lo hacían pintores franceses. A parte de eso, la pintura no existía. En el siglo XX, sólo se pintaba en Francia, pero sólo existían pintores españoles”. A pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida en París, se me considera un artista andaluz. Mi cubismo, aunque formaba parte de un movimiento francés, se consideraba español. De hecho, comencé a pintar de ese modo tras uno de mis pocos viajes de regreso a España, por inspiración del paisaje.

P. Aparentemente, la inspiración de sus pinturas son los toros, las mujeres de ojos negros y cabello largo y castaño, el mar…

R. Pintaba playas cuando estaba con Marie-Therese, eran las playas del sur de Francia donde estábamos en aquella época. Me sentía como en casa; supongo que me recordaban a las playas de mi niñez… Después estaba mi obsesión por los toros: también acudía a las corridas celebradas en el sur de Francia. Las corridas francesas sustituían aquellas a las que no podía acudir en España. Recuerdo perfectamente aquellas a las que asistía en Málaga con mi abuelo, siendo un niño de corta edad. Adoraba los toros y me sentía más identificado con el toro que con el torero.

P. ¿Y la fama? Una vez declaró que “de todas las desgracias –hambre, miseria, incomprensión– la fama es con diferencia la peor. Esa es la forma que Dios tiene de castigar al artista.”

R. Dije muchas cosas. Creo que la fama debe ser ignorada. Hay que tomársela con calma. La fama es una trampa: si dejas que se apodere de ti, te devora. Sin embargo, creo que yo me las arreglé para evitarla.

P. ¿Y el destino?

R. El destino… (suspira) Yo acepté el destino. Sin embargo, no era fatalista en el sentido pasivo de la palabra. A parte de la mayor decisión de mi vida, cuando, después de varias visitas desde España, decidí mudarme a Montmartre y trabajar allí desde 1904, nunca creí en la utilidad de ‘tomar decisiones’. La mayor parte del tiempo las decisiones no eran importantes, sino más bien una pérdida de tiempo. Y a mí no me gustaba perder el tiempo. Trabajaba mucho. Trabajaba todo el tiempo.

P. ¿Cómo describiría su relación con las mujeres?

R. Las mujeres me inspiraban. La primera mujer que me inspiró fue mi madre; de hecho, tomé su apellido, Picasso, en lugar del apellido de mi padre, Ruíz. Entonces llegaron mis hermanas. Una de mis primeras pinturas fue La Primera Comunión (1896) de mi hermana Lola. Yo tenía 14 años.

P. Tuvo varias esposas y amantes…

R. Mi primera esposa fue Olga, una bailarina rusa. En el verano de 1927 tomé a Marie-Thérèse Walter como amante. Ella era la niñera de mi hijo Paulo; No pude evitar pintarla en Mujer con flor. Tuvimos una hija, Maya.

P. Dora Maar, aparece en gran parte de sus pinturas…

R. Dora… Dora estaba loca, y lo que ocurrió con mis pinturas sobre ella también fue una locura. El retrato Dora Maar con Gato se vendió por 95,2 millones de dólares en Sotheby’s en 2006. Fue la segunda obra pictórica más cara jamás subastada. Otra famosa obra en la que aparece Dora Maar figura en el Archivo Nacional de Arte Robado del FBI, robada de un yate saudí en Antibes (Francia) en 1999.

P. ¿Y Françoise Gilot?

R. La única mujer que me abandonó en toda mi vida. Sabrás que pinté su cara antes de conocerla…La pinté muchas veces. Cuando la vi por primera vez, la reconocí. (Murmura para sí mismo) la encontré. Fue mi segunda esposa y tuvimos dos hijos, Claude y Paloma. Mi niña, Paloma, ¡también era una musa! Pinté Paloma con una naranja y Paloma en Azul.

P. ¿Ella le abandonó?

R. Yo ya tenía más de 70 años y Jacqueline Roque me cuidó durante veinte años hasta mi muerte (Jacqueline en el Estudio, 1956). Tras mi fallecimiento, Jacqueline se ocupó de llevar a cabo mis últimos deseos.

P. ¿Se cumplieron sus deseos?

R. Sí. Jacqueline donó gran parte de mi obra al Estado Francés, con la ayuda de Malraux. Tras mi muerte se cumplieron incluso deseos que ni siquiera me había atrevido a imaginar: mi casa natal de Málaga fue declarada Monumento Histórico-Artístico en 1983. Desde esta casa, la Fundación Picasso promueve el arte contemporáneo. En 2003, se inauguró el Museo Picasso de Málaga, en un palacio del siglo XVI donde yo ya había querido exponer mi obra en vida. El neoyorquino Richard Gluckman realizó una excelente restauración del Palacio.

P. ¿Dónde y cuándo falleció?

R. En Francia. Abandoné Málaga a la edad de diez años. Más tarde, mi padre fue profesor de arte en la Universidad de Bellas Artes de Barcelona. Cuando Franco llegó al poder, España se convirtió en un país peligroso para los artistas. En aquella época, París era el epicentro del mundo del arte y atraía a todos los artistas e intelectuales. De vez en cuando fantaseaba con la idea de enviar un par de camiones cargados de pinturas para crear un museo en Málaga, pero no podía visitar España mientras Franco estuviera vivo. Fallecí en 1973. ¡El muy canalla me sobrevivió dos años!

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